Por Martín Kobse
Tal vez sea imposible contar una historia sin que falten episodios o personajes. Ya sea porque el narrador no los consideró prioritarios o, quizá, porque los desconoce.
La propuesta de la Universidad Nacional de Mar del Plata para que Julio Aro y Geoffrey Cardozo reciban el Premio Nobel de la Paz, no habría existido si Jorge Luis Borges no hubiera escrito el poema Juan López y John Ward.
Aro nació en Argentina y a los 18 años tenía muchos proyectos. Ninguno se aproximaba ni remotamente a ser militar; mucho menos a ir a la guerra y pasar unos meses, bajo la nieve, en las islas Malvinas.
Cardozo, con antepasados españoles, nació en Gran Bretaña. Y si bien él sí eligió ser militar, jamás imaginó que lo mandarían a ese lugar, en el sur del planeta.
López y Ward, los personajes del breve texto que Borges escribió en 1985, murieron en la guerra de Malvinas. Con las siguientes palabras, el máximo escritor argentino de todos los tiempos, gran admirador de la cultura británica, definió el contexto de esa guerra: “El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras”.
De haber sobrevivido a la contienda, López y Ward podrían haber sido colegas. López había aprendido inglés para leer a Conrad; Ward el español, para entender El Quijote. Hasta podrían haber sido buenos amigos.
Aro y Cardozo sobrevivieron a la guerra. El británico no participó de los enfrentamientos de tropas; arribó a las islas tras la rendición argentina, para mantener en orden a sus soldados. Entre muchas tareas, Cardozo enterró a los muertos argentinos que habían caído en combate y guardó cuidadosamente las pertenencias que halló entre sus ropas.
Casi treinta años después, Aro y Cardozo se reencontraron en Londres, en una reunión de la que participaron ex soldados de ambos países. Cuando ya se habían despedido y se aprestaban a separarse, Cardozo alcanzó a Aro y le entregó lo que parecía un archivo, tal vez el manuscrito de un libro o un informe secreto. Ese paquete tenía un poco de todo eso: contenía cartas, fotos, cadenitas y medallas. Sí, las pertenencias que Cardozo había hallado entre las ropas de los muertos argentinos.
La identificación de los argentinos enterrados como “soldado sólo conocido por Dios” fue posible gracias a la participación de muchas personas. Pero jamás se habría logrado sin la convicción, perseverancia y generosidad de Aro y Cardozo.
Borges fue mencionado durante décadas como candidato al Premio Nobel de Literatura. No hace mucho se supo que no lo obtuvo debido a sus posiciones políticas e ideológicas. Quizá quienes opinaban así y le negaron el premio que merecía por la calidad de su obra, no se tomaron el trabajo de leer lo que pensaba Borges sobre los gobiernos, las disputas territoriales y las guerras. En Juan López y John Ward no quedan dudas sobre eso.
En encargado de hacer pública las candidaturas al Nobel fue Alberto Rodríguez, secretario de Comunicaciones de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Rodríguez supo de esta historia después de escuchar sendas entrevistas a Aro y Cardozo. “Son Juan López y John Ward”, comentó minutos después, en una columna que semanalmente hace en Radio Universidad.
“Tan justo como que esos dos soldados reciban el Premio Nobel de la Paz sería que Borges los acompañara a recibirlo”, agregó, ya pensando en la propuesta que haría semanas después.
Es posible que esta historia siga estando incompleta. Ojalá le falten los primeros párrafos, los que cuentan cómo un día la academia sueca reivindicó a Borges y les entregó el Nobel a dos soldados como López y Ward.